domingo, 13 de noviembre de 2016

Donald Trump: La venganza de los losers

La era de la globalización está en entredicho, y con ello, incluso el imperio norteamericano llega a su fin

En las elecciones del año 2016 estaban en pugna dos bandos, como suele ser en toda democracia consolidada. Por un lado, había una candidata apoyada a pies juntillas por la unanimidad de las estrellas de Hollywood, por todos los ídolos de la canción y por los grandes patrones de Wall Street. No sólo el New York Times y The Economist editorializaron a favor de la candidata favorita, sino muchas revistas que jamás antes entraron a la contienda política, como Vogue. Más de 300 economistas y varios premios Nobel de economía advirtieron sobre los peligros de apoyar al otro candidato, el díscolo contenedor republicano. Las encuestas en su totalidad auguraron su derrota. Pero el electorado habló y Donald Trump fue el ungido por el pueblo americano para ocupar la oficina oval como el cuadragésimo quinto Presidente de EEUU. Shock total. 

¿Quiénes son aquellos que desafiaron a la classe bien-pensant? Se dice que son blancos y poco educados. Si bien esto es cierto, es insuficiente. Trump ha sido elegido por todos quienes se sienten los perdedores en esta nueva sociedad del conocimiento. El principal culpable de esta debacle, a los ojos de Chile Liberal, es el pésimo sistema educativo norteamericano que perpetúa la ignorancia y que no ha sido capaz de preparar a los norteamericanos para competir con los países emergentes. Si añadimos la idiotización social que producen los medios de comunicación y en particular la TV, vemos que el ex Jefe del reality show "The Apprentice" y organizador de Miss Universo, excitando demagógicamente los instintos bajos del populacho ignorante, pasa de ser una rutilante estrella televisiva a convertirse en el Comandante en Jefe de las fuerzas armadas más poderosas del mundo. De sus fiestas de relumbrón, donde alardea de su fortuna, a la Casa Blanca, existe país en decadencia.  

Gringo, go home
En Chile, el ingreso per capita en 1982 era de más o menos 3 mil dólares. En EEUU, eran 30 mil dólares. Una distancia sideral separaba a ambas naciones. Nosotros, a pesar de ser brutalizados por Nixon y Kissinger, en su momento nos alineamos sin titubear detrás del Papito USA ante el enemigo soviético, que era la cortapisa al poderío de la democracia liberal y los mercados. EEUU representaba el progreso económico del American life style que parecía tan inalcanzable como admirable su democracia que, si lo pensamos bien, es la segunda más antigua de la era contemporánea y probablemente la más consolidada (nada mal para un país del Nuevo Mundo). Sólo unas pocas décadas han transcurrido y hoy, Chile tiene un ingreso que sobrepasa los 20 mil dólares, EEUU tiene 50 mil. La distancia ya no es tanta y sigue reduciéndose. 

Países emergentes como el nuestro han dado saltos extraordinarios hacia el progreso y las clases medias, cada vez más exigentes, se afianzan, a la vez que la prosperidad nos llega de la mano de la globalización. Mientras que la clase media norteamericana pasó de décadas de estancamiento al cuasi derrumbe, y los más desfavorecidos se volvieron incluso más angustiados y empezaron a acumular rabia. Hoy vemos a los gringos más pobres que imaginábamos. Lejos está la prosperidad americana de los años 50. En lo político, nuestras elecciones son un lujo comparadas al estilo virulentamente bananero y vacuo de la contienda Clinton versus Trump.

La globalización nos abrió mercados en todo el mundo, trajo trabajos que antes no podíamos hacer, nos ha brindado prosperidad. Nos obligó a actuar como país serio, como "país OCDE". La globalización nos puso en el mapa, pero a EEUU le creó una crisis de identidad. 

En Chile discutimos si la Presidenta Bachelet cumple o no su programa de gobierno. En EEUU, Trump ni siquiera exhibió un programa como tal ya que ha triunfado sólo con vagas ideas, todas de ellas disparatadas, que demuestran la total impericia e inexperiencia del presidente electo. No obstante, quedan en la retina algunas de sus payasadas. Por ejemplo, condenar el Tratado de Libre Comercio, el mismo que cuando lo suscribió Chile bajo Ricardo Lagos impulsó aún más la economía nacional. Para Trump, el Nafta ha destruido trabajos y traído pobreza. Su objetivo es eliminarlo. La masa lo aplaude porque "Trump dice las cosas como son". Desde Chile nos parece grotesco. El Acuerdo Transpacífico está también en entredicho gracias a Trump. Ridículo. 

Si EEUU tuviese un sistema educacional a la altura de las circunstancias, estaría formando la masa laboral que exige la economía del conocimiento. Pero no lo tiene. Hoy los programadores indios son tan buenos como los norteamericanos y cobran apenas 300 dólares al mes. Los obreros mexicanos arman carrocerías tan bien como al norte de la frontera. En China, ensamblan los iPhones con la misma expertise que en California. ¿Y EEUU? Nada. Las escuelas con detectores de armas, con alumnos lejos del nivel en matemáticas de Corea o Finlandia, son un fiasco. A la edad de 13 años aún no saben leer. Ni siquiera forman gente capaz de participar en la ciudadanía. Sí, EEUU posee una elite de universidades de renombre, pero fuera de la Ivy League, el resto de la educación superior es un mar de mediocridad. Si esto queda para quienes aspiran a un diploma, la clase obrera se encuentra en estado crítico, lista para caer presa de un demagogo irresponsable y populista, con soluciones ramplonas a problemas complejos, con discursos que incitan al odio y que ahondan las fracturas sociales. 

La globalización por supuesto que sí tiene ganadores. Hay una clase que no sólo vive satisfecha por tener su despensa llena, sino que la globalización nos permite ordenar por correo aceite de oliva desde lugares donde se confecciona artesanalmente. Tener un techo ya se da por descontado para quienes tienen una segunda casa. Los controles de pasaporte son absurdos para los que vacacionan en tierras remotas y se desplazan con varios pasaportes en el bolsillo. Eso crea une elite internacional y multilingüe que socializa entre ella y se reproduce y se perpetúa. Es "meritocrático" formar parte de ella. Pero no todos tienen mérito. Para un sector del electorado, la globalización ha traído ganancias sin precedentes. Y aunque los pobres hoy son menos pobres que antes, esto no basta. Se ha acumulado rabia porque la riqueza se reparte de manera aparentemente injusta.

La teoría de juegos ayuda a entender por qué los pobres boicotean la globalización. El experimento llamado Ultimatum nos puede ser útil. Dos grupos de jugadores participan en él para repartirse dinero. Anika recibe $20 y debe compartirlo con Zelda como le plazca. Si Zelda acepta la oferta de Annika, todo bien: ambas vuelven a casa con dinero. Si Zelda rechaza la oferta, ambas vuelven sin nada. ¿Qué ocurrió? Lo lógico es que no importa cuánto Annika le dé a Zelda, la oferta debe ser aceptada. Pero eso no se produjo. Muchas veces las Annikas del experimento daban menos de $3, lo que las Zeldas rechazaban. Ambas volvían a casa con las manos vacías. Esta situación absurda, impropia del Homo oeconomicus, es el gran dilema de las nuevas sociedades globalizadas: los ganadores en este juego le dan unas pocas migajas a los perdedores, asumiendo que eso es mejor que nada. Los perdedores prefieren nada.

El fin de un ciclo
La globalización y el comercio internacional no son nada nuevo. Los fenicios formaron la primera red comercial sofisticada a nivel internacional, que finalmente redundó en el enfrentamiento de Cártago y Roma en las Guerras Púnicas. Marco Polo abrió las rutas comerciales con el lejano Oriente, y para romper el monopolio provocado, Magallanes y Cristóbal Colón se lanzaron a abrir nuevas rutas para comerciar. Todos ellos se tradujeron en nuevos órdenes políticos y estructuras económicas que fueron los precursores de la globalización. Los imperios de España y Portugal cedieron paso al Imperio Británico, la más formidable Talasocracia jamás vista, que junto con Francia conquistaron grandes porciones del planeta.

Durante la Belle Époque el dominio anglo-francés hizo que la humanidad viviera más interconectada que nunca antes en la Historia, niveles que sólo se volvieron a igualar recién en la década de los años '80. En aquel momento, Estados Unidos y la Unión Soviética eran las fuerzas hegemónicas surgidas como tales luego del colapso total de la 2a Guerra. Cuando cae el Muro de Berlín, y se masifica la Internet, EEUU se volvió el único poder internacional. Su imperio incluso dio pábulo para creer que estábamos ante el fin de la Historia como tal. Desde 1989 hasta hoy vivimos bajo la dominación total del Gran País del Norte.

Hollywood nos ha hecho creer que el fin del mundo llegará producto de alguna colisión cósmica o un gran cataclismo planetario del cual sólo EEUU puede salvarnos. Pero los libros nos enseñan que todos los imperios se han destruido carcomiéndose desde dentro, asfixiándose con impuestos, con hemorragias de dinero perdido en guerras lejanas e inútiles, y replegándose políticamente. Donald Trump personifica todo esto. 

Los británicos se jactan de que su imperio al menos legó las grandes obras de ingeniería, las carreteras y puentes que constituyen hasta hoy la columna vertebral de sus ex colonias. Los franceses al menos quieren que los recuerden por haber dejado sus escuelas públicas. Ahora que EEUU quiere edificar muros, gastar más en guerras, repatriar capitales e impedir la entrada de inmigrantes y comerciar menos con el mundo hasta destruirse, nos preguntamos ¿qué nos legó EEUU? El iPod, el jazz... varias cosas, pero nada a la altura de los otros grandes imperios.

En realidad los recordaremos por su basura televisiva, sus películas infumables, su comida chatarra, y otras barbaries que es mejor no mencionar. Fue bueno mientras duró. 

Desde el Oriente, renace China, con un sistema político represivo y su economía dirigida, que nos causa escozor.