lunes, 22 de agosto de 2011

El filósofo que declaró, peleó, y ganó una guerra

El controversial filósofo francés Bernard Henri-Lévy es el cerebro detrás de la revuelta libia. Su labor debe ser reconocida
Bernard Henri-Lévy
Indignado, un periodista inglés contaba cómo había sido desplazado en una fila cuando esperaba un taxi. El colado llegó y pasó, sin reclamo alguno de los otros que también impacientemente esperaban un auto. El incidente ocurría en la entrada de uno de los hoteles más exclusivos de París, de donde él venía de entrevistar a una importante personalidad política. "¿Es normal esto, que la gente así se salte la fila?", preguntaba el inglés al chofer que después del tumulto aceptó llevarlo, y aún bastante molesto al ver que uno de los valores quintaesenciales de la cultura británica, el hacer y respetar una fila, era poco observado por un sujeto que acaparaba la mirada curiosa de varios. Los taxistas lo habían notado, reconocían al tipo y le abrían la puerta para que subiese. "Es que él es Bernard Henri- Lévy" —replica el taxista—, y continúa, "usted sabe, es uno de nuestros principales filósofos".

La historia es reveladora. Los filósofos en Francia son reconocidos hasta por los taxistas, y en general la población los reverencia como parte intangible del patrimonio nacional: gozan del estatus que en otros países se le da a un rockstar. Si un filósofo necesita un taxi, la gente le cede el lugar. Francia es una tierra de grandes filósofos, quizás de los más influyentes a través de la historia universal, y BHL —como le llaman— es en estos momentos uno de los más gravitantes ya no sólo en Francia sino en todo el mundo por ser parte activa en la incursión militar que con entusiasmo instigó el gobierno francés, y por ende la OTAN, para intervenir en Libia hasta derrocar al demente de Muammar Gaddafi.
Casado con Arielle Dombasle, actriz, cantante y personalidad de TV, BHL ha sido un prolífico autor de libros, aparte de columnista, polemista, figura mediática, y hasta realizador películas, siempre presente ahí donde haya alguna controversia. Esta vez ha ido más lejos. No es la figura estereotípica del filósofo vagando en los cafés de la Rive Gauche en Paris. De hecho, los filósofos franceses históricamente han sido grandes activistas y voluntarios en las guerras. Al ver la primavera árabe, BHL fue a mimetizarse con los rebeldes libios, les prometió ayudarlos políticamente, logró que Francia fuese el primer país en reconocer al Consejo de Transición como la verdadera autoridad libia, y les prestó auxilio militar procurando el bombardeo de la OTAN. Presente en combate, en las trincheras, en las salas de operaciones, enviando armas a los rebeldes, agitando a las masas, estableciendo lazos diplomáticos del más alto nivel, BHL ha sido instrumental en la insurrección libia, y si la operación llega a buen fin habrá que agradecerlo.

Desde luego que no fue nada de fácil. En un comienzo parecía otra de las muchas extravagancias de este filósofo, hasta que el presidente Sarkozy empezó a adoptar una belicosa retórica respecto a Libia, dejando en evidencia que la locura de BHL en realidad iba en serio, y estaba usando sus contactos para persuadir al gobierno de su país de tomar parte en la rebelión. Francia no sólo fue el primer país en reconocer al Consejo de Transición, sino que instó a Gran Bretaña a unirse, reivindicando la causa libia. EEUU, exangüe después de dos guerras y en una precaria situación económica, prefirió tomar palco. Alemania, increíblemente, se acobardó a último minuto desatando la furia francesa. Todo esto ocurría a nivel político pero detrás de cada acción se veía la mano del filósofo, tanto así que no pocos medios comenzaron a apuntarlo con el dedo y a preguntarse si esto no pasaba de ser un extraño capricho de un curioso intelectual francés.
Dos conclusiones Chile Liberal saca del dramático final del maniático Muammar Gaddafi. Lo primero es que a pesar de que el mundo sigue reordenándose y los polos de poder desde la II Guerra Mundial ciertamente se han desplazado, llegado el momento de la verdad, el esquema militar del mundo es menos novedoso de lo que pensamos.

Culminada la guerra, el planeta lo dividían los ganadores del conflicto, EEUU y la URSS, y el resto se alineaban con uno o el otro. Los miembros del Consejo reflejan aún esta dinámica: Rusia y China parte del ex bloque comunista, Francia, Reino Unido y EEUU el bloque occidental. Los vencidos, Alemania y Japón —segunda y tercera economía del mundo respectivamente—, no tienen ni asiento en el Consejo ni siquiera un ejército autónomo ya que dependen hasta nuestros días de la hegemonía norteamericana.

Si alguno pensaba que este paradigma ya estaba prácticamente obsoleto, se equivoca. Francia —gracias a nuestro BHL— tomó la iniciativa y planteó un ataque inmediato, de rompe y raja, desembarcando bototos en suelo libio. Gran Bretaña secundó y también EEUU. Los ex comunistas en cambio objetaron esta salida y prefirieron una calzonuda "zona de exclusión aérea", que al final se plasmó en la ambigüa resolución 1973, que si bien autorizaba los bombardeos dejaba en claro que sólo comendaba acciones destinadas a  proteger a la población civil. Sin embargo, dejaba tácitamente la puerta abierta para aniquilar a Gaddafi, ya que él era la causa de los ataques a civiles. Esto último fue resistido por Rusia y China. La división ideológica, como podemos ver, aún persiste.

La posición de Alemania aún exhibe reminiscencias de la II Guerra. Francia ha sido uno de los países más entusiastas en promover la participación de los teutones, su otrora archienemigos. Pero al ver la timorata reacción desde el otro lado del Rhin, Francia se sintió ofendida y lo consideró una traición. Sin el peso de EEUU, que entendiblemente sufre gavísimos problemas económicos, las ex potencias colonialistas temían repetir el fiasco de Suez en que juntos no pudieron ganar una guerra a un país menor como Egipto y debieron retirarse humillados al comprobar dolorosamente que el siglo 19 terminó y la única potencia que existe se llama Estados Unidos. Alemania, el motor económico de Europa, cojea por su carencia de poder militar. Conminados a demostrar que tienen pantalones para ocupar un asiento en el Consejo de Seguridad, defraudaron e increíblemente se absutvieron de votar la resolución. Elocuentes fueron las palabras de Joscka Fischer, un político alemán, quien criticó fuertemente al gobierno de Merkel: "Siento vergüenza de mi gobierno". Y no fue el único. Alemania fue víctima de un atentado terrorista organizado por Gaddafi en 1986, y ahora que llega el momento de demostrar que puede prestar ayuda militar a Europa y la OTAN los teutones trepidaron. Luego del mariconeo alemán, las esperanzas de reformar el Consejo son nulas.

Un segunda lección podemos sacar, más trascendental que la anterior. Desde el 11 de Septiembre hasta hace unos pocos meses el "mundo musulmán" era el enemigo de Occidente, y valores supuestamete "universales" como la libertad individual, la democracia representativa, la separación de iglesia y Estado, eran sólo tradiciones occidentales imposibles de exportar. Los xenófobos y nacionalistas europeos reditaron gustosos del temor a los musulmanes, sacando a flote el temor al islam con la famosa "Eurabia". Célebre fue la teoría del "Choque de civilizaciones" de Samuel Huntignton, un académico norteamericano, quien postuló que el nuevo orden mundial sería determinado por las diferencias culturales y religiosas entre individuos, y que Occidente versus el mundo musulmán serían antagonistas irreconciliables.

Pero fue el filósofo francés Bernard Henry Lévy uno de los pocos que desechó la teoría del Choque de Civilizaciones. Los numerosos atentados terroristas inspirados por fanáticos religiosos parecían dejar en ridículo al siempre polémico BHL. No obstante, la Primavera Árabe le ha dado la razón a él y a todos los que rechazamos el infame "Choque de Civilizaciones". No hay ningún conflicto entre el Occidente y el Oriente. El verdadero choque es entre el Oriente Ilustrado, de la civilización, del laicismo, de la democracia, de la razón y la ciencia, el Oriente que inventó las universidades y el álgebra, versus el Oriente recalcitrante, religioso y autoritario.

Este año hemos visto que bajo la apariencia de uniformidad en el fanatismo, en ausencia total de regímenes democráticos, en realidad bulle un pueblo con ansias de libertad, inspirado por Mohamed Bouazizi, el joven diplomado tunecino arrestado por vender frutas en la calle, quien para protestar se quemó a lo bonzo con su modesto carrito... e inflamó todo el mundo árabe. En el choque de estos dos orientes es donde Occidente no puede quedar indiferente ni impávido.

Es deber de Occidente prestar ayuda a todos aquellos que luchan por liberarse del yugo autoritario y teocrático. BHL lo sabía muy bien y no titubeó en arriesgar su pellejo y dar batalla ahí en las trincheras contra el Coronel Gaddafi, uno de los criminales más asquerosos de nuestra era. En un increíble vuelco de tablero, hoy el panorama es bastante distinto. Egipto, Túnez y Libia al menos hoy pueden aspirar a un régimen democrático. En Marruecos han aceptado iniciar un proceso de apertura. Siria y Yemen han sido masacrados, pero ahora sin Gaddafi, Occiende también puede rugir y hacer valer su postura.

Nunca hubo tal "Clash of Civilizations". Siempre fue una idea idiota. El ser humano por esencia aspira a su libertad y a vivir en un régimen representativo, no tiránico, sea donde sea. Europa debe ahora preocuparse no sólo de prestar apoyo a los pueblos musulmanes, sino luchar en sus propio territorio contra los elementos xenófobos que últimamente han hecho nata.

Podemos añadir que el ataque a Libia ha sido un golpe inquietante para todos los tiranos del mundo, porque el próximo que empiece a masacrar a su pueblo verá sobrevolar sobre su cabeza los Rafale, los Tomahawk apuntarán hacia él, y toda la artillería pesada de las naciones democráticas le caerá encima.

Finalmente, cabe hacer una aclaración. Nadie quiere inmiscuirse en los asuntos internos de un país y ninguna nación ilustrada lo hará. No obstante, cuando un tirano empieza a matar a sus propios compatriotas, se acaban los asuntos internos. En este caso, Occidente se ve éticamente compelido a dar buen uso a su superioridad tecnológica, militar e intelectual. Ha quedado demostrado en Libia, y si el señor Bachar el-Assad, mandamás de la República Árabe de Siria no lo entiende, pronto escuchará él mismo el dulce sonido de los bombardeos.

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